Hoy os dejo el artículo de un gran profesor, Miguel Vecino.
Vamos a tomar nota, como dice Miguel al final.
Enlace al artículo en La Vanguardia --> clic aquí
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MIGUEL VECINO CUBERO
05/08/2009 - 16:21h | 29/10/2010 - 13:52h
Barcelona
Leo en el periódico estos días que los científicos del Masachussets institut of Technology (MIT) han descubierto que de los errores no se aprende, que si se aprende de algo es de los aciertos. Según dicho estudio, cuando hacemos algo bien, nuestro cerebro mejora, se enriquece, por así decirlo, y se prepara para la próxima vez, en la que aún lo haremos mejor. Sin embargo, cuando erramos, nuestro cerebro, tozudo, no se modifica, no cambia y, en consecuencia no aprende de ello, con lo cual se multiplican las posibilidades de errar de nuevo. Esto me recuerda que muchos de nosotros hemos conocido a lo largo de nuestra vida profesores, jefes, familiares, amigos, conocidos, vecinos, compañeros, gentes que, a la primera, nos señalan sin dudar nuestros errores y fallos, pero que jamás hacen lo propio con los aciertos.
De estos especialistas en la corrección del prójimo ya sabíamos que eran molestos, cargantes y hasta aburridos; hasta hoy su defensa es que lo hacían para corregirnos, por nuestro bien. Tras cada pesada y cada pesado atento a nuestros tropiezos, presto a señalárnoslos, había un ser altruista y bondadoso que no pretendía otra cosa que la mejora de humanidad por la vía del arrepentimiento. Pero no, resulta que no. Resulta que, como ya sospechábamos, no nos hacían ningún favor. Ahora la ciencia concluye que su magisterio era estéril y su actitud inútil. Eso aparte de pesada y cargante y todo lo que ya dije. Haberlos soportado no nos ha hecho mejores. De ellos, no hemos aprendido nada. Sus caras largas, sus agrias muecas, esos gestos desaprobatorios, aquellas miradas entre condescendientes y acusadoras, los gritos, las broncas y las amenazas han pasado (ahora lo sabemos) por nuestra plástica mente sin afectarla, intocada. Tanto esfuerzo, tanta bilis, para nada.
Recuerdo ahora una anécdota, muy anterior a este estudio, que leí no recuerdo dónde. Cierta profesora, que tenía fama de corregir a los incorregibles, acogió una vez en su curso a una alumna negada particularmente para la ortografía (ya había sido desahuciada en dos escuelas y se la daba por perdida, presumo que para todo). El primer día tocaba dictado y casi puedo imaginarme a la pobre chica en el momento de entregar el resultado en una página temblorosa. Por supuesto, estaba lleno de faltas. Cuando llegó la hora de entregar el dictado corregido la niña ya sabía lo que le esperaba: una multitud de garabatos en rojo brillante, la cara seria de la maestra, un seco ‘debes mejorar’, ‘poner más atención’, en el peor de los casos una bronca, una burla. Sin embargo, en azul eléctrico, sólo había una frase escrita: ‘Muy limpio, bonita letra’. Dicen que la niña mejoró espectacularmente a partir de ése momento y que las faltas remitieron hasta desaparecer. Ahora sabemos por qué. Alguno debería tomar nota.
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